domingo, 9 de agosto de 2020

La Cabrera Baja, El Picón.

 LA CABRERA BAJA, El Picón.



Aquel verano, cuando nuestro ciclo vital estaba en plena pubertad, las tardes y  las noches solo eran válidas para estar tumbado en la piscina municipal o en el Parque del Aljibe bebiendo cervezas. Por supuesto, las mañanas eran un despertar con los ojos como ciruelas, siempre tarde, con dolor de cabeza y la picha tiesa por ganas de mear.


Como dijo el viejo de la gasolinera donde curraba el “Empollón”, mi querido amigo Nel, Nel es Manuel en Leones, “Ver y no joder es echar la picha a perder”. Así que lo mismo que iba a mear también pase por la cocina y le dije a mi madre que me iba a La Cabrera de excursión el fin de semana a subir el Picón. No sé si por el mango, en pleno esplendor debajo del calzoncillo, no asimiló lo que le decía o porque estaba deseando que saliera de tanta vagancia. Mi madre aceptó, previa conformidad de  padre, pero esa parte ya estaba ganada. Quedó claro que mi madre no supo qué era eso del Picón y menos La Cabrera, lo único que entendió es que me iba de excursión.


Mi madre pensaba que aparte de ser malo para la vista,  las pajas o masturbación te fastidiaban los  huesos. Por eso prefería que en lugar de andar disfrutando del onanismo estuviera activo. Años después leí en un periódico que esto último era cierto y sucedía en la pubertad, etapa de la vida en la que uno suele desarrollarse más.


Nel, “Mortadelo”, “El Madalenas” y yo, Frank, nos repartimos el llevar las viandas: Chorizos, Jamón, algo de fruta, pero el problema  surgió con la tartera para calentar leche o hacer una sopa de polvos. Al final, mi madre me dejó coger una que estaba un tanto picada y ajada en la parte inferior. Mal sería que en pleno calentón no reventara y se fuera todo a la lumbre, hoguera u hornillo. 


La forma de llegar a La Cabrera, concretamente a La Baña, era ir en autobús, también llamado en los 90 Coche de Línea. Aunque este en lugar de línea lo que hacía eran curvas. En aquella época no había internet, lo mas era programar en Basic. El horario había que buscarlo en el periódico provincial del Domingo.


Nos tocaba ir tarde, después de comer nos encontrábamos en la parada de bús, un sol de  justicia pegaba recio, no había ni gorriones. Por aquel entonces la compañía de autobuses era Fernández, luego sería adquirida por ALSA (Autobuses de Luarca), y ya en tiempos modernos sería una multinacional localizada en Reino Unido, pero sigue llamando se ALSA.


En el autobús coincidimos con una chica que iba de visita y a la fiesta de Destriana. Yo conocía a su amiga y cuando la veía el estómago me hacía mariposas. Como un buen gilipollas me bajé en Destriana sólo por saludar a su amiga. El ridículo fue monumental, vamos que ya medio pueblo se enteró del pretendiente, ella se abochornó por el acto temerario de que dar un par de besos y el chofer no me dejaba subir otra vez. Tuvo indulgencia porque creo que a él también le hicieron mariposas en el estómago. Quizás recordó un tiempo ya pretérito y lejano en el tiempo, un pasodoble con presencia del cura y un achuchón un poco atrevido.


A partir de este pueblo empezamos a dar curvas. Por suerte yo nunca me mareo. Creo que es porque de pequeño me subia a todas las atracciones que daban vueltas. La que mas me gustaba era el pulpo. Subias, bajabas y al mismo tiempo daba vueltas la cabina sobre si misma.


Mortadelo potó en una bolsa de papel que ya tenía precavidamente en el bolsillo. A su madre se la habían dado con la docena de huevos que compró a granel. Ahora él se dedicaba a expeler los nuevamente en la bolsa. Los había comido con mahonesa y atún. Como los llamamos en mi casa, huevos rellenos. 


Las vistas de la montaña del Teleno desde la zona de  Corporales se me antojaron bucólicas, pero alguno diría: “si no hay na”. Cuatro pinos. Piedras y ni un río. 


La verdad que esta zona siempre fue muy castigada por el fuego. Los vastos pinares de la  zona de Castrocontrigo no eran igual aquí. En aquella zona la resina se recolectaba para hacer barnices y pinturas. A parte también estaba el campo militar de tiro, la ampliación de este había reportado gran cantidad de dinero a Ayuntamientos, Juntas Vecinales y particulares. Pero me gustaba mas porque había árboles, que aunque dispersos, eran autóctonos: robles, encinas, muchas escobas y jaras en flor aún.


La carretera pegaba saltos cada dos por tres. Salto, salto, salto y curva. El autobús invadía después de pitar el arcén contrario. ¡Qué locura de alturas!.


LLegamos a La Baña. Compramos chocolate con leche en una tienda que vendía de todo y también era bar. Con lo famosos que eran Los Lagos de La Baña pensamos que estaría marcado, pero tuvimos que preguntar en las pizarreras cuál era el camino. La verdad que no tuvo pérdida. Yo disfrutaba caminando al lado de un río cuyos márgenes estaban llenos de vegetación, pero de tanto en tanto el agua avanzaba sucia de grasas y polvo negruzco. La cosa cambió un poco cuando superamos las naves donde se cortaba la pizarra. 


Alcanzamos finalmente Los Lagos. Maravilla de  paisaje, restos de un glaciar donde el desborde del lago no puede superar las morrenas y sale por debajo. Abedules en un lado, anfibios y peces, alguna puñetera culebra. El espectáculo de la naturaleza se hacía, exactamente,  monúmental.


El que mas entendía, por haberse estudiado el mapa topográfico, era Magdalenas, por lo que dijo: - Hacia la derecha llegamos a Peña Trevinca.

- Pero no íbamos al Picón- dije yo.

- Picón es lo que tienes debajo del pantalón todos los días Frank- me espetó Motadelo.

- Pero si por ahí sólo hay un cuestón de la leche, no hay camino, sólo hay maleza y ni siquiera se ve la parte de arriba de la montaña.- Objeté.

- Bueno, si quieres subir un pico, esto va así.- me dijo Nel- Además, sí hay Picón, está a la izquierda, pero desde aquí se llega mal. Este Lago desborda por debajo, no puede superar las morrenas, podemos llegar al otro lado sin mojarnos.





 

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