sábado, 17 de octubre de 2020

Uvas con queso.

 

Uvas con queso

 

Como otros veranos mis padres nos llevaron al pueblo. Un pueblo con casas de adobe, aunque esa palabra la aprendería muchos años más tarde, tapial de canto, tierra y paja seca, en Tierra de Campos, provincia de León. 

 

En mi familia somos cuatro hermanos y una hermana. Los padres de mi padre nos acogían en su casa. Era una casa de planta baja y un primer piso. Con bodega bajo la planta baja. En verano la humedad de la bóveda de la bodega se transmitía a la zona del salón donde había un televisor en blanco y negro, eso y las paredes de metro y medio hacía que se estuviera muy fresquito. 

 

Si alguno de vosotros ha visitado Tierra de Campos, sabrá lo que es el calor de la tarde en Agosto, y puede que lo haya sufrido.

 

La parte de arriba era como un sitio fantástico, a diferencia del piso pequeño donde vivíamos: camas con literas, un pequeño baño y un pasillo angosto por el que te podías subir haciendo forma de equis con brazos y piernas - más de una vez me escondí en el techo del pasillo mirando como mi madre me buscaba  zapatilla en mano-.

La habitación donde yo dormía, en casa de los abuelos paternos, tenía unos arcos de herradura mozárabes que daban paso al lecho. La cama era de madera con un colchón de lana de oveja, vamos los pelos de la oveja echó manojos. La mayoría de los amigos del pueblo ya dormían en colchones con muelles, obtenidos por truque con un hombre, que venía con un camión y recorría pitando las calles del pueblo, a cambio de los de lana. Por ello, el abuelo siempre pensó que era mejor el de lana.

 

El mejor día de la semana era el domingo, nos podíamos bañar. Era un ritual: cambiar la bombona de butano, encender el calentador de agua con un palillo porque no llegábamos a la salida de gas con la cerilla de cera. Por la ventana del baño siempre entraba una luz radiante de calor, daba al este. Correteábamos por las escaleras y el Hall de primera planta. El resto de las habitaciones eran grandes y había unas camas enormes. La verdad que era tan grande, que si alguna vez íbamos en invierno, teníamos frío. Sólo había una cocina económica, de carbón y leña, y un par de estufas de gas butano.

 

El domingo, también era un buen día porque se juntaban las propinas del abuelo y del abuelo. Primero nos caía la de mi abuelo paterno y después de misa, la del abuelo materno.  A volver a la casa la abuela preguntaba cuánto nos había dado “el abuelo de arriba”, en nuestro lenguaje familiar esto era que teníamos ir a casa de los padres de mi madre por una calle que llegaba casi a la parte alta del pueblo, al lado del Castillo y que se llamaba Alcázar, entonces si ellos habían soltado menos subían la propina. 

 

Un día, subiendo sola a la casa de los abuelos, me detuve a ver las mulas de un hombre que siempre me daba miedo. El paisano era delgado, enjuto hasta las orejas. Las metió en un corral, mi curiosidad me llevó a mirar por una rendija de la contraventana que daba a la cuadra. Allí vi como el hombre, a la luz  amarillenta de una bombilla, acariciaba el pito del caballo hasta que se meó como un escupitajo de color blanco. El fulano recogió el meado blanco y se lo ponía en el culo a la yegua metiendo la mano. 

 

No comprendía nada. Mi zozobra me llevó arrastrando los pies hasta la casa del abuelo de arriba.

 

Mi abuelo materno era alto, calvo por usar boina negra, y siempre tenía una gran sonrisa. Se dio cuenta de que me pasaba algo, porque casi no respondí a su saludo, pero yo no quería decir que había estado fisgando tras la ventana de la cuadra del flaco. Tanto fue su afán de animarme que me soltó cincuenta pesetas y por lo bajo dijo:

 

- No se lo cuentes a la abuela.

- "Güelu", nunca me llevas en la “saltapozas”.

- Pues es verdad. Tenía que ir a ver unas tierras. Vamos a preparar la yegua.

 

Fuimos a la cuadra, le montó lo cabezada, la collera y tomó la brida corta. Luego le puso las guarniciones de tronco, las tenía preparadas. Salimos en dirección al río. Allí cerca está la huerta, paramos a ver si el motor estaba llevando agua a la remolacha y repuso el motor de gasoil. En un largo camino llegamos al majuelo, allí cogimos uvas, que ya estaban tirando a maduras, pero no me dejo comer. Montamos en el pequeño carro y recorrimos largo rato la carretera, algún automóvil nos pitó. Yo hacía sonar la bocina. A esa parte del campo nunca había ido. Sí al majuelo, donde en septiembre íbamos a vendimiar con los primos, a la huerta a coger melones y pepinos o regar remolacha. 

 

Después de unas curvas, pasando un repetidor de televisión, paró la yegua. Había una tierra llena de pequeñas encinas. Estuvimos caminando entre ellas, ya casi anochecía. Pequeños conejos correteaban entre ellas. Observé a uno que estaba montado encima de otro. Aunque fue un instante, ya que desaparecieron rápidamente al sentir nuestra presencia.

 

- "Güelu". ¿Esta tierra es tuya?.

- Sí. La compré este invierno. La cogí por comprar otras y tuve que comprar este encinar para cerrar el trato. Hace tanto que no la trabajan que han crecido las encinas.

- ¡Hay conejos!.

- Sí, te he visto como mirabas a esos que estaban copulando.

- ¿Copulando?.

- ¡Je!. Están haciendo más conejos.

 

Devuelta al carro, el abuelo sacó la navaja y patio queso. Lavo las uvas y medio un racimo. 

 

- Toma. ¡ “Uvas con queso, saben a beso”!



17 de octubre 2020.

 

domingo, 9 de agosto de 2020

Casi Peña Trevinca

 Casi Peña Trevinca.


Sin mucha dificultad llegamos al otro lado del lago. Una zona umbría donde los abedules tenían unos portes magníficos. La trepada por la ladera se hacía empinada, no tenía conciencia de cuánto era la subida. Nel me dijo unos cuatrocientos metros. 


Para hacer mas livianos los pasos caminábamos en zig zag. Tres pasos a la derecha tres a la izquierda, no había manera de avanzar sin resoplar. 


Poco a poco nos fuimos acostumbrando a la sistemática y Nel iban marcando el ritmo, pero Mortadelo subía y bajaba como si fuera un perro pastor, dando vueltas alrededor del grupo de gorditos pajeros. El último era Madalenas. Me extrañaba mucho que pudiera subir con la mochila tan grande que llevaba. Me detuve a esperar un rato por él. 


  • ¿Qué tal vas?

  • Bueno, hace tiempo que no salgo al monte, pero llevo la tienda en la mochila y pesa bastante.

  • Dame algo que te pueda llevar.- Le dije.Me paso las varas de la tienda y un hornillo. 

  • Tengo otras cosas que prefiero llevar yo.


El calor, a pesar de ser una zona umbría, era aplastante. Ni en mis mejores días de correr con la bici de carreras había sudado tanto. Nos detuvimos a beber agua y comer el chocolate comprado en la Tienda Bar de La Baña. Para sorpresa nuestra, no se había derretido. Era fuerte, un sabor robusto que seshacía suavemente en la boca. La marca, Santocildes. Habían puesto el nombre de un militar a un chocolate. Hasta entonces lo único que sabía de Santocildes es que fué un militar que defendió Astorga de los franceses en la Guerra de Independencia hasta que reventaron la muralla y accedieron por la brecha a la ciudad.


Nunca había visto las plantas que crecían allí. Para mí era como estar en un lugar fantástico, novedoso, extraño e inesperado. 


La piernas me pesaban, no podía dar un paso sin sentir dolor en la piernas. Estirar las piernas en cada paso o escalón era un dolor. Mortadelo seguía subiendo y bajando.


  • ¡Vamos, ya no queda nada!.

  • Morti, si te paso el hornillo te invito luego a una Cocacola. 

  • ¡Vale, pero pasame la mochila también!.


Corría un suave viento en lo alto de la ladera. No era más que el cordal que no llevaría a Peña Trevinca. En una vertiente estaba Galicia, la provincia de Orense, y en la base más cercana  un pequeño lago. Donde había unos ciervos o corzos bebiendo agua. El sol ya trataba de esconderse tras lo que se me antojo un paisaje lunar y nada bucólico. Restos de explotaciones mineras de Pizarra. Mirando el mapa topográfico se habían llevado un montón de montañas a Francia, Alemanía en forma de láminas para poner en los tejados. 


Tras dar cuenta de unos embutidos, pan horneado con leña, manzanas y otra vez el chocolate de Castrocontrigo, ahora de almendras. Madalenas sacó una caja de la mochila. Era de color verde. Extrañado pregunte:


  • ¿Qué tienes ahí?.

  • Es para la emisora.


Yo lo único que sabía de emisoras era: jugar con unos cacharrillos que de niños nos  regalaron por antojo de mi hermano mayor. Mas lejos de dos manzanas de la casa ya no se oía nada. 


  • ¿Me dejas cogerla?

  • Sí, esto sólo es la batería. Ten cuidado que pesa.

  • ¡No fastidies! - dije después de auparla - Si pesa al menos tres kilos.

  • Frank, saca las varas de la tienda y ir montandola. 

  • Ya diréis cómo, yo de esto no sé.


Mientras Nel y Yo montamos la tienda, Mortadelo recogió algo de leña, hizo un redondel con piedras y prendió fuego. Empezaba a hacer frío, caían pequeñas pelotillas de granizo. 


  • Es agua nieve - dijo Nel.

  • ¡Carajo!, pero si estamos en la mitad de Julio.


Nos acomodamos en el interior de la tienda. Fue una agradable sensación no sentir atizar la nieve en la cara. Nunca había visto cambiar el tiempo tan deprisa. Hacía un rato estábamos muertos de calor, ahora entumecidos por el frío. Madalenas seguía a lado del fuego, repitiendo como un loro su indicativo en la emisora y esperando recibir respuesta. Había colocado la batería cerca del fuego. Finalmente tuvo respuesta. El fulano o mengano que le respondía ya le conocía. El tipo le decía que le recibía muy bien. Él le contaba que estaba a casi mil novecientos metros de  altitud, casi en Peña Trevinca. 


  • ¡Cuenta que también tienes los “güevotes” congelados!- dije, todos los demás lanzaron una carcajada.

  • Te tengo que dejar. Está nevando en este momento.- respondía Madalenas.

  • ¿Qué dices?. ¿Cómo va a estar nevando en Julio?.¿Dónde estás?. 

  • Casi en Peña Trevinca. Corto.








La Cabrera Baja, El Picón.

 LA CABRERA BAJA, El Picón.



Aquel verano, cuando nuestro ciclo vital estaba en plena pubertad, las tardes y  las noches solo eran válidas para estar tumbado en la piscina municipal o en el Parque del Aljibe bebiendo cervezas. Por supuesto, las mañanas eran un despertar con los ojos como ciruelas, siempre tarde, con dolor de cabeza y la picha tiesa por ganas de mear.


Como dijo el viejo de la gasolinera donde curraba el “Empollón”, mi querido amigo Nel, Nel es Manuel en Leones, “Ver y no joder es echar la picha a perder”. Así que lo mismo que iba a mear también pase por la cocina y le dije a mi madre que me iba a La Cabrera de excursión el fin de semana a subir el Picón. No sé si por el mango, en pleno esplendor debajo del calzoncillo, no asimiló lo que le decía o porque estaba deseando que saliera de tanta vagancia. Mi madre aceptó, previa conformidad de  padre, pero esa parte ya estaba ganada. Quedó claro que mi madre no supo qué era eso del Picón y menos La Cabrera, lo único que entendió es que me iba de excursión.


Mi madre pensaba que aparte de ser malo para la vista,  las pajas o masturbación te fastidiaban los  huesos. Por eso prefería que en lugar de andar disfrutando del onanismo estuviera activo. Años después leí en un periódico que esto último era cierto y sucedía en la pubertad, etapa de la vida en la que uno suele desarrollarse más.


Nel, “Mortadelo”, “El Madalenas” y yo, Frank, nos repartimos el llevar las viandas: Chorizos, Jamón, algo de fruta, pero el problema  surgió con la tartera para calentar leche o hacer una sopa de polvos. Al final, mi madre me dejó coger una que estaba un tanto picada y ajada en la parte inferior. Mal sería que en pleno calentón no reventara y se fuera todo a la lumbre, hoguera u hornillo. 


La forma de llegar a La Cabrera, concretamente a La Baña, era ir en autobús, también llamado en los 90 Coche de Línea. Aunque este en lugar de línea lo que hacía eran curvas. En aquella época no había internet, lo mas era programar en Basic. El horario había que buscarlo en el periódico provincial del Domingo.


Nos tocaba ir tarde, después de comer nos encontrábamos en la parada de bús, un sol de  justicia pegaba recio, no había ni gorriones. Por aquel entonces la compañía de autobuses era Fernández, luego sería adquirida por ALSA (Autobuses de Luarca), y ya en tiempos modernos sería una multinacional localizada en Reino Unido, pero sigue llamando se ALSA.


En el autobús coincidimos con una chica que iba de visita y a la fiesta de Destriana. Yo conocía a su amiga y cuando la veía el estómago me hacía mariposas. Como un buen gilipollas me bajé en Destriana sólo por saludar a su amiga. El ridículo fue monumental, vamos que ya medio pueblo se enteró del pretendiente, ella se abochornó por el acto temerario de que dar un par de besos y el chofer no me dejaba subir otra vez. Tuvo indulgencia porque creo que a él también le hicieron mariposas en el estómago. Quizás recordó un tiempo ya pretérito y lejano en el tiempo, un pasodoble con presencia del cura y un achuchón un poco atrevido.


A partir de este pueblo empezamos a dar curvas. Por suerte yo nunca me mareo. Creo que es porque de pequeño me subia a todas las atracciones que daban vueltas. La que mas me gustaba era el pulpo. Subias, bajabas y al mismo tiempo daba vueltas la cabina sobre si misma.


Mortadelo potó en una bolsa de papel que ya tenía precavidamente en el bolsillo. A su madre se la habían dado con la docena de huevos que compró a granel. Ahora él se dedicaba a expeler los nuevamente en la bolsa. Los había comido con mahonesa y atún. Como los llamamos en mi casa, huevos rellenos. 


Las vistas de la montaña del Teleno desde la zona de  Corporales se me antojaron bucólicas, pero alguno diría: “si no hay na”. Cuatro pinos. Piedras y ni un río. 


La verdad que esta zona siempre fue muy castigada por el fuego. Los vastos pinares de la  zona de Castrocontrigo no eran igual aquí. En aquella zona la resina se recolectaba para hacer barnices y pinturas. A parte también estaba el campo militar de tiro, la ampliación de este había reportado gran cantidad de dinero a Ayuntamientos, Juntas Vecinales y particulares. Pero me gustaba mas porque había árboles, que aunque dispersos, eran autóctonos: robles, encinas, muchas escobas y jaras en flor aún.


La carretera pegaba saltos cada dos por tres. Salto, salto, salto y curva. El autobús invadía después de pitar el arcén contrario. ¡Qué locura de alturas!.


LLegamos a La Baña. Compramos chocolate con leche en una tienda que vendía de todo y también era bar. Con lo famosos que eran Los Lagos de La Baña pensamos que estaría marcado, pero tuvimos que preguntar en las pizarreras cuál era el camino. La verdad que no tuvo pérdida. Yo disfrutaba caminando al lado de un río cuyos márgenes estaban llenos de vegetación, pero de tanto en tanto el agua avanzaba sucia de grasas y polvo negruzco. La cosa cambió un poco cuando superamos las naves donde se cortaba la pizarra. 


Alcanzamos finalmente Los Lagos. Maravilla de  paisaje, restos de un glaciar donde el desborde del lago no puede superar las morrenas y sale por debajo. Abedules en un lado, anfibios y peces, alguna puñetera culebra. El espectáculo de la naturaleza se hacía, exactamente,  monúmental.


El que mas entendía, por haberse estudiado el mapa topográfico, era Magdalenas, por lo que dijo: - Hacia la derecha llegamos a Peña Trevinca.

- Pero no íbamos al Picón- dije yo.

- Picón es lo que tienes debajo del pantalón todos los días Frank- me espetó Motadelo.

- Pero si por ahí sólo hay un cuestón de la leche, no hay camino, sólo hay maleza y ni siquiera se ve la parte de arriba de la montaña.- Objeté.

- Bueno, si quieres subir un pico, esto va así.- me dijo Nel- Además, sí hay Picón, está a la izquierda, pero desde aquí se llega mal. Este Lago desborda por debajo, no puede superar las morrenas, podemos llegar al otro lado sin mojarnos.





 

domingo, 3 de mayo de 2020

"Bongiorno"


- Boongiorno

Giuliano entró en la sucursal, como viene siendo habitual, lo hace cada tres meses. Los intereses de las propiedades vendidas en Italia, todo lo que pudo amasar en Venezuela, le dan una importe a plazo fijo trimestral de cien mil pesetas. Siempre cuenta la misma historia. 

Emigró a Venezuela por hambre, con su familia. Un hombre que tenía una tienda le dio   trabajo. Le prestaron una bicicleta. Una bici de las de antes, sin cambios y que pesaba media tonelada. Con ella repartía las compras a domicilio. Fue ahorrando, acumuló un dinero con el que Él y su esposa montaron una tintorería. 

El petróleo o gasoil era barato. Con ello sacaba adelante el negocio, había un generador que daba calor y hacía  funcionar las máquinas. Hasta que el petróleo subió de precio y ya no era negocio la tintorería.

La mujer lo abandonó, los hijos emigraron a otros países. La cosa ya no iba bien en Venezuela. Sin nadie, volvió a Italia. Ahí conservaba algunas tierras de cultivo ya abandonadas, herencia de sus padres. La vida se le hacía pesada y solitaria. Así que recalo en este pueblo rural en un sierra montañosa entre Zamora, Galicia, León y a tiro de piedra de Portugal. Tratando de buscar el calor de una hija. 

Aquí, la gente vive del “boom” de la construcción. Se extrae pizarra. Su hija trabaja el  banco de una pizarra, sacando láminas que luego se exportan a Europa: Francia, Alemania, Países Bajos,... La carretera, a cuyo margen están la casa alquilada en la que vive, es un bajar y subir el puerto de montaña de camiones. 

El paga la renta de la casa, pero ayer la hija lo ha sacado de esta y lo ha dejado con sus maletas en la puerta del Hotel. Giuliano hoy está triste, fatigado,....

En la sucursal hemos intentado que le envíen la pensión de Venezuela, pero Él no aporta documentos claros. El importe al cambio en pesetas tampoco sería mucho, pero siempre dice que Él encargó a un abogado de Venezuela el envío. Nunca llegó

Le doy el reintegro de los intereses y se va.  Al salir por la puerta, me fijo en su piernas torcidas, arqueadas de tanto mover las bielas de la bicicleta con la que recorría las calles de Caracas para dar de comer a su hijos. 

Ahora entra Libertad. Libertad es una mujer de sesenta y seis años. Encorvada, siempre mira al suelo. Le cuesta levantar la cabeza para decir “Bos días”. A veces habla gallego, a veces no se sabe lo que dice. Puede que sea Portugués o un mezcla de Español, Gallego, Portugués o Bable. 

-¿Es día de los haberes?.
-  Sí, Libertad.
- Vos dame la pensión.
- ¿Quiere el pico?.
- No, deja algo para la luz y los muertos.

Le entregó la cartilla de ahorro con su dinero. Me entrega una boleta:

-Chico,¿Qué dice “la maleta”?.
- Libertad, esto es es el recibo (la boleta) de los muertos. Te han cobrado treinta mil pesetas. 
- ¿Y, Cómo tanto?. Antes no pagaba tanto.
- Pues porque ya estás muy mayor y puede que te vayas cualquier día. Pero, ¿Por qué tienes cobertura internacional?. 
- No, la internacional no la quites. Esa la pago.
- Pero si nunca has salido del pueblo. 
- Me llamo Libertad porque soy “roja”. Por eso pago “la internacional”. Eso sí lo pago.

A su manera de entender, se va. Nuevamente mirando al suelo, encorvada y dejando olor a cisco. Siempre vista de negro, como el color de los tejados de cada rincón de este Valle. 


Mi mejor maestro.

  Mi mejor Maestra Una vez finalizados los estudios básicos, la EGB. Mi padre me planteó si continuar el Bachillerato en la enseñanza públic...