domingo, 3 de mayo de 2020

"Bongiorno"


- Boongiorno

Giuliano entró en la sucursal, como viene siendo habitual, lo hace cada tres meses. Los intereses de las propiedades vendidas en Italia, todo lo que pudo amasar en Venezuela, le dan una importe a plazo fijo trimestral de cien mil pesetas. Siempre cuenta la misma historia. 

Emigró a Venezuela por hambre, con su familia. Un hombre que tenía una tienda le dio   trabajo. Le prestaron una bicicleta. Una bici de las de antes, sin cambios y que pesaba media tonelada. Con ella repartía las compras a domicilio. Fue ahorrando, acumuló un dinero con el que Él y su esposa montaron una tintorería. 

El petróleo o gasoil era barato. Con ello sacaba adelante el negocio, había un generador que daba calor y hacía  funcionar las máquinas. Hasta que el petróleo subió de precio y ya no era negocio la tintorería.

La mujer lo abandonó, los hijos emigraron a otros países. La cosa ya no iba bien en Venezuela. Sin nadie, volvió a Italia. Ahí conservaba algunas tierras de cultivo ya abandonadas, herencia de sus padres. La vida se le hacía pesada y solitaria. Así que recalo en este pueblo rural en un sierra montañosa entre Zamora, Galicia, León y a tiro de piedra de Portugal. Tratando de buscar el calor de una hija. 

Aquí, la gente vive del “boom” de la construcción. Se extrae pizarra. Su hija trabaja el  banco de una pizarra, sacando láminas que luego se exportan a Europa: Francia, Alemania, Países Bajos,... La carretera, a cuyo margen están la casa alquilada en la que vive, es un bajar y subir el puerto de montaña de camiones. 

El paga la renta de la casa, pero ayer la hija lo ha sacado de esta y lo ha dejado con sus maletas en la puerta del Hotel. Giuliano hoy está triste, fatigado,....

En la sucursal hemos intentado que le envíen la pensión de Venezuela, pero Él no aporta documentos claros. El importe al cambio en pesetas tampoco sería mucho, pero siempre dice que Él encargó a un abogado de Venezuela el envío. Nunca llegó

Le doy el reintegro de los intereses y se va.  Al salir por la puerta, me fijo en su piernas torcidas, arqueadas de tanto mover las bielas de la bicicleta con la que recorría las calles de Caracas para dar de comer a su hijos. 

Ahora entra Libertad. Libertad es una mujer de sesenta y seis años. Encorvada, siempre mira al suelo. Le cuesta levantar la cabeza para decir “Bos días”. A veces habla gallego, a veces no se sabe lo que dice. Puede que sea Portugués o un mezcla de Español, Gallego, Portugués o Bable. 

-¿Es día de los haberes?.
-  Sí, Libertad.
- Vos dame la pensión.
- ¿Quiere el pico?.
- No, deja algo para la luz y los muertos.

Le entregó la cartilla de ahorro con su dinero. Me entrega una boleta:

-Chico,¿Qué dice “la maleta”?.
- Libertad, esto es es el recibo (la boleta) de los muertos. Te han cobrado treinta mil pesetas. 
- ¿Y, Cómo tanto?. Antes no pagaba tanto.
- Pues porque ya estás muy mayor y puede que te vayas cualquier día. Pero, ¿Por qué tienes cobertura internacional?. 
- No, la internacional no la quites. Esa la pago.
- Pero si nunca has salido del pueblo. 
- Me llamo Libertad porque soy “roja”. Por eso pago “la internacional”. Eso sí lo pago.

A su manera de entender, se va. Nuevamente mirando al suelo, encorvada y dejando olor a cisco. Siempre vista de negro, como el color de los tejados de cada rincón de este Valle. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mi mejor maestro.

  Mi mejor Maestra Una vez finalizados los estudios básicos, la EGB. Mi padre me planteó si continuar el Bachillerato en la enseñanza públic...