domingo, 9 de agosto de 2020

Casi Peña Trevinca

 Casi Peña Trevinca.


Sin mucha dificultad llegamos al otro lado del lago. Una zona umbría donde los abedules tenían unos portes magníficos. La trepada por la ladera se hacía empinada, no tenía conciencia de cuánto era la subida. Nel me dijo unos cuatrocientos metros. 


Para hacer mas livianos los pasos caminábamos en zig zag. Tres pasos a la derecha tres a la izquierda, no había manera de avanzar sin resoplar. 


Poco a poco nos fuimos acostumbrando a la sistemática y Nel iban marcando el ritmo, pero Mortadelo subía y bajaba como si fuera un perro pastor, dando vueltas alrededor del grupo de gorditos pajeros. El último era Madalenas. Me extrañaba mucho que pudiera subir con la mochila tan grande que llevaba. Me detuve a esperar un rato por él. 


  • ¿Qué tal vas?

  • Bueno, hace tiempo que no salgo al monte, pero llevo la tienda en la mochila y pesa bastante.

  • Dame algo que te pueda llevar.- Le dije.Me paso las varas de la tienda y un hornillo. 

  • Tengo otras cosas que prefiero llevar yo.


El calor, a pesar de ser una zona umbría, era aplastante. Ni en mis mejores días de correr con la bici de carreras había sudado tanto. Nos detuvimos a beber agua y comer el chocolate comprado en la Tienda Bar de La Baña. Para sorpresa nuestra, no se había derretido. Era fuerte, un sabor robusto que seshacía suavemente en la boca. La marca, Santocildes. Habían puesto el nombre de un militar a un chocolate. Hasta entonces lo único que sabía de Santocildes es que fué un militar que defendió Astorga de los franceses en la Guerra de Independencia hasta que reventaron la muralla y accedieron por la brecha a la ciudad.


Nunca había visto las plantas que crecían allí. Para mí era como estar en un lugar fantástico, novedoso, extraño e inesperado. 


La piernas me pesaban, no podía dar un paso sin sentir dolor en la piernas. Estirar las piernas en cada paso o escalón era un dolor. Mortadelo seguía subiendo y bajando.


  • ¡Vamos, ya no queda nada!.

  • Morti, si te paso el hornillo te invito luego a una Cocacola. 

  • ¡Vale, pero pasame la mochila también!.


Corría un suave viento en lo alto de la ladera. No era más que el cordal que no llevaría a Peña Trevinca. En una vertiente estaba Galicia, la provincia de Orense, y en la base más cercana  un pequeño lago. Donde había unos ciervos o corzos bebiendo agua. El sol ya trataba de esconderse tras lo que se me antojo un paisaje lunar y nada bucólico. Restos de explotaciones mineras de Pizarra. Mirando el mapa topográfico se habían llevado un montón de montañas a Francia, Alemanía en forma de láminas para poner en los tejados. 


Tras dar cuenta de unos embutidos, pan horneado con leña, manzanas y otra vez el chocolate de Castrocontrigo, ahora de almendras. Madalenas sacó una caja de la mochila. Era de color verde. Extrañado pregunte:


  • ¿Qué tienes ahí?.

  • Es para la emisora.


Yo lo único que sabía de emisoras era: jugar con unos cacharrillos que de niños nos  regalaron por antojo de mi hermano mayor. Mas lejos de dos manzanas de la casa ya no se oía nada. 


  • ¿Me dejas cogerla?

  • Sí, esto sólo es la batería. Ten cuidado que pesa.

  • ¡No fastidies! - dije después de auparla - Si pesa al menos tres kilos.

  • Frank, saca las varas de la tienda y ir montandola. 

  • Ya diréis cómo, yo de esto no sé.


Mientras Nel y Yo montamos la tienda, Mortadelo recogió algo de leña, hizo un redondel con piedras y prendió fuego. Empezaba a hacer frío, caían pequeñas pelotillas de granizo. 


  • Es agua nieve - dijo Nel.

  • ¡Carajo!, pero si estamos en la mitad de Julio.


Nos acomodamos en el interior de la tienda. Fue una agradable sensación no sentir atizar la nieve en la cara. Nunca había visto cambiar el tiempo tan deprisa. Hacía un rato estábamos muertos de calor, ahora entumecidos por el frío. Madalenas seguía a lado del fuego, repitiendo como un loro su indicativo en la emisora y esperando recibir respuesta. Había colocado la batería cerca del fuego. Finalmente tuvo respuesta. El fulano o mengano que le respondía ya le conocía. El tipo le decía que le recibía muy bien. Él le contaba que estaba a casi mil novecientos metros de  altitud, casi en Peña Trevinca. 


  • ¡Cuenta que también tienes los “güevotes” congelados!- dije, todos los demás lanzaron una carcajada.

  • Te tengo que dejar. Está nevando en este momento.- respondía Madalenas.

  • ¿Qué dices?. ¿Cómo va a estar nevando en Julio?.¿Dónde estás?. 

  • Casi en Peña Trevinca. Corto.








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