sábado, 16 de enero de 2021

Mi mejor maestro.

 Mi mejor Maestra


Una vez finalizados los estudios básicos, la EGB. Mi padre me planteó si continuar el Bachillerato en la enseñanza pública, en el Instituto de la localidad, que quedaba al lado de nuestra casa, o ir al Seminario. 


Yo nunca fui buen estudiante, de hecho repetí un curso en la EGB porque mi examen de Inglés, en septiembre, desapareció y volvió a aparecer en las manos de la mujer de un compañero de trabajo de mi padre que se llevaba mal con él. Esta era la nueva profesora de Inglés. Misteriosamente se había borrado mi nombre de la cabecera del examen que había escrito en lapicero. No sin antes previa reunión de mi padre con el director, que le acusaba a mi padre de no llevarme al colegio a realizar los exámenes. Curiosamente ese mismo día me había examinado de otras dos asignaturas que había superado.


Con tan mala experiencia, y después de haber pasado por los Hermanos de la Salle que se quedaban hasta las mil horas de la tarde repasando cuentas, caligrafía, redacción, lectura con unos cuantos recién incorporados al Cole y que íbamos retrasados en el aprendizaje de séptimo curso, prefería seguir al lado de los curas que ir a ver tetas adolescentes al instituto.


Lo primero que sucedió es que las clases del curso estaban abarrotadas, cincuenta alumnos por clase. Casi todos eran internos, esto es que dormían allí toda la semana. Yo, como estaba en la misma localidad, estaba en casa con mis padres. 


La primera evaluación fue bien, pero la segunda ya me veía que flojeaba en historia, matemáticas y ciencias. Hablé con mi madre, ella no había ido a la escuela y se manejaba poco o nada con ecuaciones. Mi padre siempre estaba trabajando y lo de explicar, la verdad, es que se le daba bastante mal o puede que yo fuera muy tarugo y se pusiera nervioso. 


Madre encontró una chica que era maestra y empecé todas las tarde a ir a su casa, en torno a su mesa camilla empezamos a destripar el libro de historia. Mientras Yo hacía ecuaciones, ella me hacía un resumen de la lección de historia. Luego me corregía las ecuaciones. Yo estudiaba el resumen, pero la pedí que me ayudará a resumir y subrayar, así que pronto dejamos de hacer esa tarea juntos y la hacía Yo en casa.


Al principio me sorprendieron lo grande que eran sus narices, tarde en acostumbrarme a mirarla sin fijarme en ellas. A parte de eso me parecía atractiva y siempre llevaba unos pantalones vaqueros ajustados. En plena pubertad tenía que aguantarme cierto dolor en la entrepierna. De cuando en cuando notaba cierto olor, que aumentaba mi zozobra y también parecía que la veía con los pechos mas grandes. Esto era sobre todos algunos viernes.


Los viernes, los amigos del Colegio salían juntos a dar paseos por el Parque, así que haciendo una trampa, le dije que los viernes me ausentaba de las clases particulares, pero no se lo comenté a mi madre, y en un dos meses se descubrió la trampa. Estaba sisando parte de la paga de la profe particular para ir de paseo con la pandilla, pero lo de la pandilla me vino bien, porque entre las burradas que decían llegué a comprender que las mujeres tenían periodos. Como ellos estaban en el Instituto adivinaban ya cuando les llegaban a las compañeras. Eso para mí también fue una enseñanza. 


La siguiente clase del viernes con mi profe particular, Melisa, fue un poco más amena y no dimos tanta caña a las Mates y a las Ciencias, hablamos y entre las tareas que me puso fue investigar cómo se cortejaban los pájaros. Me quedé sorprendido al averiguar que los pájaros tenían las glándulas sexuales en la nuca. Tras lo cual termine recalando varios viernes en la Biblioteca Pública leyendo libros de sexualidad. 


No terminé de comprender porque en Mayo seguía detectando el olor. Le pregunté si no olía eso raro. Su respuesta fue que investigará libros de flores y árboles. Queda claro que mis notas de Ciencias Naturales mejoraron de lo lindo, pero no encontraba respuestas al olor. 


Ese olor me recordaba en cierta medida al matadero. Teniendo entre cinco a ocho años, en el pueblo, visitaba a mi abuelo cuando bajaba a matar los gochos o las vacas al matadero. Él era carnicero. Yo presenciaba como sacrificaba a seis cerdos seguidos o como se dejaban en canal las vacas. La respuesta no podía estar en los árboles.


¿Quedó ahí para siempre la pregunta sin respuesta?


Haciendo mi curso de doctorando en Biología, caminaba por el campus, en Brasil, yendo en mi primer día a la entrevista con el catedrático. Me sorprendía nueva e intensamente ese olor. Estaba por todas partes. 


Al finalizar la entrevista y quedar claro las premisas de mi investigación, clases y tutorías que debía impartir como profesor asociado. Manteniendo una conversación más distendida y relajada, pregunte al catedrático. ¿De dónde veía ese olor?. Se sorprendió gratamente de que lo preguntará y mas aún de que lo pudiera olerlo. Era el olor de las semilla del Ginkgo Biloba, un árbol prehistórico procedente de china. Está plantado por todo el campus. Las personas que pueden olerlo, también pueden oler la sangre. 


Mi recuerdo de aquellas narices y pantalones ajustados, resolvió una pregunta de dos lustros.



 








  


 


 


sábado, 2 de enero de 2021

Vagón de Noche Vieja

 La estación, a las 15:45 estaba casi vacía. Lo normal un viernes cualquiera, fin de mes, entrada en vacaciones, es ver un montón de caras conocidas regresando a León. 


La mayoría de estos compañeros frecuentes de viaje ahora trabaja desde su casa, teletrabajo, o a lo peor, ni siquiera trabaja. 


Los trayectos son menos frecuentes. Se ha reducido el número de vagones, no hay tren doble los viernes desde Madrid a León y lo peor es el precio. 


Se inventaron un medio de transporte ecológico y rápido que sólo pueden pagar los ricos. Lo mejor ahora es buscar transporte en Bús, no sé porqué extraña razón, yendo lleno, han reducido sus frecuencias. Así que, la alternativa es Blablacar, pero los viajes esta vez los ha puesto tarde. Por curarme en la fatalidad de quedarme un día más en Pucela, he reservado el AVE. 


Tras pasar por el control de maletas, donde llevo tres balones de mini mini basket para mis sobrinos, presento mi billete en la cabina y la chica pasa el escáner sobre mi smartphone. 


  • ¡Qué tengas un buen año!.

  • Igualmente.

  • Espero que sea mejor que este.

  • No creo, el que viene va a llegar con la III Guerra Mundial.

  • Bueno, hombre no pienses así.

  • Sí, va a ser peor. Así que tienes que darte prisa y visitar León, ya sabes que estás invitada.


Unas risas y una gran sonrisa terminan la conversación.


A mi memoria llegan recuerdos de la conversación que tuve con ella hace dos veranos. 


  • ¿Vas a León?

  • Sí, espera un poco más atrás de la farola, ahí quedará el vagón número cuatro.

  • Gracias.

  • ¡Qué suerte tienes!. León es fenomenal los fines de semana. El Barrio Húmedo, las tapas, esas calles con árboles,...

  • Bueno, en tren lo tienes a una hora. Seguro que en RENFE tienes descuento. 

  • ¡Ah!, pero para volver no tengo buena combinación.

  • Por eso no hay problema, allí tienes mi casa. Está vacía, creo que la voy a poner en Aribnb.



La taquillera o controladora, porque ya ni siquiera cobran billetes, desde entonces es atenta conmigo. A pesar del mal día que he tenido, su sonrisa me hace pensar en otras cosas. Ese pelo rubio de agua oxigenada casi la hace atractiva, pero tiene las cejas muy negras y los ojos como perlas negras de los mares del Sur.


En el andén, un gélido viento me hace ponerme la capucha del chaquetón. Ahora algunas gotas de vapor resbalan por la mascarilla. Ya llevo tiempo con ella, son 8 horas continuas de trabajo. Sólo la quito para tomar el café y beber agua.


A muchas personas les tengo que pedir que repitan lo que dice, llevan la suya tan ajustada a la boca que no sale el sonido de esa funda, bozal, que llevamos los humanos por haber estropeado el mundo. 


Un día gris como hoy, finaliza el año. Un año donde perdí las callosidades de los pies por no haber andado en tres meses cinco kilómetros al día, pero otros perdieron a sus padres, muchos estuvieron a punto de perderlos. 


Mis padres por suerte siguen ahí. Desde que padezco esta puñetera enfermedad mental ellos me vigilan y yo les doy algo de trabajo y compañía. No sé porqué sigo trabajando en una empresa que la única solución que me ha dado, en esta situación personal y queriendo trabajar, es hacer doscientos ochenta kilómetros todos lo días. Aunque la pensión que me iba a quedar iba a ser irrisoria, pero hay un montón de gente que ahora está disfrutando sus ERTEs porque hace actividades no esenciales para el País.


Es curioso, mientras yo paso la maleta por el control mi esquizofrenia dice: el guarda verá los balones y pesarán que llevo explosivos, o droga dentro,.... pero lo cierto es que realizo una actividad esencial para el País y por ello, cuando no había medios de transporte o se pusieron por la nubes los precios del tren en la cuarentena, de un estado de alarma que sólo ha servido para ningunear el estado democrático, tuve que pedir un excedencia no retribuida. 


Entro en el vagón, miro la numeración de los asientos, me toca caminar hasta el final y de nuevo pienso: seguro que alguno piensa que soy Policía por mi bolso. Puedo llevar una Beretta automática y unas recetas para expedir a los que consumen estupefacientes y que luego he de hacer llegar a la subdelegación del gobierno. Este decidirá si pone sanción o se la quita según qué recomendación, pero para eso he de hacer la instancia, mandar la muestra a analizar, el colgado del laboratorio la probará, se la esnifara, la fumara o quizás la ponga en un tubo de laboratorio para analizar componentes y pureza…alcanzo mi sitio y hay una panchita del personal de limpieza. Lo está limpiando porque acaba de ser abandonado por otro pasajero. 


  • Gracias. Feliz año.

  • Muchas gracias.


Suena el pitido de las puertas, se cierran y el tren empieza su traqueteo. 


Recuerdo Navidades pasadas, con suerte podías comprar billete en preferente con un gran descuento y te invitaban a vino espumoso, dulces, revista y tentempiés....



02 de Enero 2021


sábado, 17 de octubre de 2020

Uvas con queso.

 

Uvas con queso

 

Como otros veranos mis padres nos llevaron al pueblo. Un pueblo con casas de adobe, aunque esa palabra la aprendería muchos años más tarde, tapial de canto, tierra y paja seca, en Tierra de Campos, provincia de León. 

 

En mi familia somos cuatro hermanos y una hermana. Los padres de mi padre nos acogían en su casa. Era una casa de planta baja y un primer piso. Con bodega bajo la planta baja. En verano la humedad de la bóveda de la bodega se transmitía a la zona del salón donde había un televisor en blanco y negro, eso y las paredes de metro y medio hacía que se estuviera muy fresquito. 

 

Si alguno de vosotros ha visitado Tierra de Campos, sabrá lo que es el calor de la tarde en Agosto, y puede que lo haya sufrido.

 

La parte de arriba era como un sitio fantástico, a diferencia del piso pequeño donde vivíamos: camas con literas, un pequeño baño y un pasillo angosto por el que te podías subir haciendo forma de equis con brazos y piernas - más de una vez me escondí en el techo del pasillo mirando como mi madre me buscaba  zapatilla en mano-.

La habitación donde yo dormía, en casa de los abuelos paternos, tenía unos arcos de herradura mozárabes que daban paso al lecho. La cama era de madera con un colchón de lana de oveja, vamos los pelos de la oveja echó manojos. La mayoría de los amigos del pueblo ya dormían en colchones con muelles, obtenidos por truque con un hombre, que venía con un camión y recorría pitando las calles del pueblo, a cambio de los de lana. Por ello, el abuelo siempre pensó que era mejor el de lana.

 

El mejor día de la semana era el domingo, nos podíamos bañar. Era un ritual: cambiar la bombona de butano, encender el calentador de agua con un palillo porque no llegábamos a la salida de gas con la cerilla de cera. Por la ventana del baño siempre entraba una luz radiante de calor, daba al este. Correteábamos por las escaleras y el Hall de primera planta. El resto de las habitaciones eran grandes y había unas camas enormes. La verdad que era tan grande, que si alguna vez íbamos en invierno, teníamos frío. Sólo había una cocina económica, de carbón y leña, y un par de estufas de gas butano.

 

El domingo, también era un buen día porque se juntaban las propinas del abuelo y del abuelo. Primero nos caía la de mi abuelo paterno y después de misa, la del abuelo materno.  A volver a la casa la abuela preguntaba cuánto nos había dado “el abuelo de arriba”, en nuestro lenguaje familiar esto era que teníamos ir a casa de los padres de mi madre por una calle que llegaba casi a la parte alta del pueblo, al lado del Castillo y que se llamaba Alcázar, entonces si ellos habían soltado menos subían la propina. 

 

Un día, subiendo sola a la casa de los abuelos, me detuve a ver las mulas de un hombre que siempre me daba miedo. El paisano era delgado, enjuto hasta las orejas. Las metió en un corral, mi curiosidad me llevó a mirar por una rendija de la contraventana que daba a la cuadra. Allí vi como el hombre, a la luz  amarillenta de una bombilla, acariciaba el pito del caballo hasta que se meó como un escupitajo de color blanco. El fulano recogió el meado blanco y se lo ponía en el culo a la yegua metiendo la mano. 

 

No comprendía nada. Mi zozobra me llevó arrastrando los pies hasta la casa del abuelo de arriba.

 

Mi abuelo materno era alto, calvo por usar boina negra, y siempre tenía una gran sonrisa. Se dio cuenta de que me pasaba algo, porque casi no respondí a su saludo, pero yo no quería decir que había estado fisgando tras la ventana de la cuadra del flaco. Tanto fue su afán de animarme que me soltó cincuenta pesetas y por lo bajo dijo:

 

- No se lo cuentes a la abuela.

- "Güelu", nunca me llevas en la “saltapozas”.

- Pues es verdad. Tenía que ir a ver unas tierras. Vamos a preparar la yegua.

 

Fuimos a la cuadra, le montó lo cabezada, la collera y tomó la brida corta. Luego le puso las guarniciones de tronco, las tenía preparadas. Salimos en dirección al río. Allí cerca está la huerta, paramos a ver si el motor estaba llevando agua a la remolacha y repuso el motor de gasoil. En un largo camino llegamos al majuelo, allí cogimos uvas, que ya estaban tirando a maduras, pero no me dejo comer. Montamos en el pequeño carro y recorrimos largo rato la carretera, algún automóvil nos pitó. Yo hacía sonar la bocina. A esa parte del campo nunca había ido. Sí al majuelo, donde en septiembre íbamos a vendimiar con los primos, a la huerta a coger melones y pepinos o regar remolacha. 

 

Después de unas curvas, pasando un repetidor de televisión, paró la yegua. Había una tierra llena de pequeñas encinas. Estuvimos caminando entre ellas, ya casi anochecía. Pequeños conejos correteaban entre ellas. Observé a uno que estaba montado encima de otro. Aunque fue un instante, ya que desaparecieron rápidamente al sentir nuestra presencia.

 

- "Güelu". ¿Esta tierra es tuya?.

- Sí. La compré este invierno. La cogí por comprar otras y tuve que comprar este encinar para cerrar el trato. Hace tanto que no la trabajan que han crecido las encinas.

- ¡Hay conejos!.

- Sí, te he visto como mirabas a esos que estaban copulando.

- ¿Copulando?.

- ¡Je!. Están haciendo más conejos.

 

Devuelta al carro, el abuelo sacó la navaja y patio queso. Lavo las uvas y medio un racimo. 

 

- Toma. ¡ “Uvas con queso, saben a beso”!



17 de octubre 2020.

 

domingo, 9 de agosto de 2020

Casi Peña Trevinca

 Casi Peña Trevinca.


Sin mucha dificultad llegamos al otro lado del lago. Una zona umbría donde los abedules tenían unos portes magníficos. La trepada por la ladera se hacía empinada, no tenía conciencia de cuánto era la subida. Nel me dijo unos cuatrocientos metros. 


Para hacer mas livianos los pasos caminábamos en zig zag. Tres pasos a la derecha tres a la izquierda, no había manera de avanzar sin resoplar. 


Poco a poco nos fuimos acostumbrando a la sistemática y Nel iban marcando el ritmo, pero Mortadelo subía y bajaba como si fuera un perro pastor, dando vueltas alrededor del grupo de gorditos pajeros. El último era Madalenas. Me extrañaba mucho que pudiera subir con la mochila tan grande que llevaba. Me detuve a esperar un rato por él. 


  • ¿Qué tal vas?

  • Bueno, hace tiempo que no salgo al monte, pero llevo la tienda en la mochila y pesa bastante.

  • Dame algo que te pueda llevar.- Le dije.Me paso las varas de la tienda y un hornillo. 

  • Tengo otras cosas que prefiero llevar yo.


El calor, a pesar de ser una zona umbría, era aplastante. Ni en mis mejores días de correr con la bici de carreras había sudado tanto. Nos detuvimos a beber agua y comer el chocolate comprado en la Tienda Bar de La Baña. Para sorpresa nuestra, no se había derretido. Era fuerte, un sabor robusto que seshacía suavemente en la boca. La marca, Santocildes. Habían puesto el nombre de un militar a un chocolate. Hasta entonces lo único que sabía de Santocildes es que fué un militar que defendió Astorga de los franceses en la Guerra de Independencia hasta que reventaron la muralla y accedieron por la brecha a la ciudad.


Nunca había visto las plantas que crecían allí. Para mí era como estar en un lugar fantástico, novedoso, extraño e inesperado. 


La piernas me pesaban, no podía dar un paso sin sentir dolor en la piernas. Estirar las piernas en cada paso o escalón era un dolor. Mortadelo seguía subiendo y bajando.


  • ¡Vamos, ya no queda nada!.

  • Morti, si te paso el hornillo te invito luego a una Cocacola. 

  • ¡Vale, pero pasame la mochila también!.


Corría un suave viento en lo alto de la ladera. No era más que el cordal que no llevaría a Peña Trevinca. En una vertiente estaba Galicia, la provincia de Orense, y en la base más cercana  un pequeño lago. Donde había unos ciervos o corzos bebiendo agua. El sol ya trataba de esconderse tras lo que se me antojo un paisaje lunar y nada bucólico. Restos de explotaciones mineras de Pizarra. Mirando el mapa topográfico se habían llevado un montón de montañas a Francia, Alemanía en forma de láminas para poner en los tejados. 


Tras dar cuenta de unos embutidos, pan horneado con leña, manzanas y otra vez el chocolate de Castrocontrigo, ahora de almendras. Madalenas sacó una caja de la mochila. Era de color verde. Extrañado pregunte:


  • ¿Qué tienes ahí?.

  • Es para la emisora.


Yo lo único que sabía de emisoras era: jugar con unos cacharrillos que de niños nos  regalaron por antojo de mi hermano mayor. Mas lejos de dos manzanas de la casa ya no se oía nada. 


  • ¿Me dejas cogerla?

  • Sí, esto sólo es la batería. Ten cuidado que pesa.

  • ¡No fastidies! - dije después de auparla - Si pesa al menos tres kilos.

  • Frank, saca las varas de la tienda y ir montandola. 

  • Ya diréis cómo, yo de esto no sé.


Mientras Nel y Yo montamos la tienda, Mortadelo recogió algo de leña, hizo un redondel con piedras y prendió fuego. Empezaba a hacer frío, caían pequeñas pelotillas de granizo. 


  • Es agua nieve - dijo Nel.

  • ¡Carajo!, pero si estamos en la mitad de Julio.


Nos acomodamos en el interior de la tienda. Fue una agradable sensación no sentir atizar la nieve en la cara. Nunca había visto cambiar el tiempo tan deprisa. Hacía un rato estábamos muertos de calor, ahora entumecidos por el frío. Madalenas seguía a lado del fuego, repitiendo como un loro su indicativo en la emisora y esperando recibir respuesta. Había colocado la batería cerca del fuego. Finalmente tuvo respuesta. El fulano o mengano que le respondía ya le conocía. El tipo le decía que le recibía muy bien. Él le contaba que estaba a casi mil novecientos metros de  altitud, casi en Peña Trevinca. 


  • ¡Cuenta que también tienes los “güevotes” congelados!- dije, todos los demás lanzaron una carcajada.

  • Te tengo que dejar. Está nevando en este momento.- respondía Madalenas.

  • ¿Qué dices?. ¿Cómo va a estar nevando en Julio?.¿Dónde estás?. 

  • Casi en Peña Trevinca. Corto.








La Cabrera Baja, El Picón.

 LA CABRERA BAJA, El Picón.



Aquel verano, cuando nuestro ciclo vital estaba en plena pubertad, las tardes y  las noches solo eran válidas para estar tumbado en la piscina municipal o en el Parque del Aljibe bebiendo cervezas. Por supuesto, las mañanas eran un despertar con los ojos como ciruelas, siempre tarde, con dolor de cabeza y la picha tiesa por ganas de mear.


Como dijo el viejo de la gasolinera donde curraba el “Empollón”, mi querido amigo Nel, Nel es Manuel en Leones, “Ver y no joder es echar la picha a perder”. Así que lo mismo que iba a mear también pase por la cocina y le dije a mi madre que me iba a La Cabrera de excursión el fin de semana a subir el Picón. No sé si por el mango, en pleno esplendor debajo del calzoncillo, no asimiló lo que le decía o porque estaba deseando que saliera de tanta vagancia. Mi madre aceptó, previa conformidad de  padre, pero esa parte ya estaba ganada. Quedó claro que mi madre no supo qué era eso del Picón y menos La Cabrera, lo único que entendió es que me iba de excursión.


Mi madre pensaba que aparte de ser malo para la vista,  las pajas o masturbación te fastidiaban los  huesos. Por eso prefería que en lugar de andar disfrutando del onanismo estuviera activo. Años después leí en un periódico que esto último era cierto y sucedía en la pubertad, etapa de la vida en la que uno suele desarrollarse más.


Nel, “Mortadelo”, “El Madalenas” y yo, Frank, nos repartimos el llevar las viandas: Chorizos, Jamón, algo de fruta, pero el problema  surgió con la tartera para calentar leche o hacer una sopa de polvos. Al final, mi madre me dejó coger una que estaba un tanto picada y ajada en la parte inferior. Mal sería que en pleno calentón no reventara y se fuera todo a la lumbre, hoguera u hornillo. 


La forma de llegar a La Cabrera, concretamente a La Baña, era ir en autobús, también llamado en los 90 Coche de Línea. Aunque este en lugar de línea lo que hacía eran curvas. En aquella época no había internet, lo mas era programar en Basic. El horario había que buscarlo en el periódico provincial del Domingo.


Nos tocaba ir tarde, después de comer nos encontrábamos en la parada de bús, un sol de  justicia pegaba recio, no había ni gorriones. Por aquel entonces la compañía de autobuses era Fernández, luego sería adquirida por ALSA (Autobuses de Luarca), y ya en tiempos modernos sería una multinacional localizada en Reino Unido, pero sigue llamando se ALSA.


En el autobús coincidimos con una chica que iba de visita y a la fiesta de Destriana. Yo conocía a su amiga y cuando la veía el estómago me hacía mariposas. Como un buen gilipollas me bajé en Destriana sólo por saludar a su amiga. El ridículo fue monumental, vamos que ya medio pueblo se enteró del pretendiente, ella se abochornó por el acto temerario de que dar un par de besos y el chofer no me dejaba subir otra vez. Tuvo indulgencia porque creo que a él también le hicieron mariposas en el estómago. Quizás recordó un tiempo ya pretérito y lejano en el tiempo, un pasodoble con presencia del cura y un achuchón un poco atrevido.


A partir de este pueblo empezamos a dar curvas. Por suerte yo nunca me mareo. Creo que es porque de pequeño me subia a todas las atracciones que daban vueltas. La que mas me gustaba era el pulpo. Subias, bajabas y al mismo tiempo daba vueltas la cabina sobre si misma.


Mortadelo potó en una bolsa de papel que ya tenía precavidamente en el bolsillo. A su madre se la habían dado con la docena de huevos que compró a granel. Ahora él se dedicaba a expeler los nuevamente en la bolsa. Los había comido con mahonesa y atún. Como los llamamos en mi casa, huevos rellenos. 


Las vistas de la montaña del Teleno desde la zona de  Corporales se me antojaron bucólicas, pero alguno diría: “si no hay na”. Cuatro pinos. Piedras y ni un río. 


La verdad que esta zona siempre fue muy castigada por el fuego. Los vastos pinares de la  zona de Castrocontrigo no eran igual aquí. En aquella zona la resina se recolectaba para hacer barnices y pinturas. A parte también estaba el campo militar de tiro, la ampliación de este había reportado gran cantidad de dinero a Ayuntamientos, Juntas Vecinales y particulares. Pero me gustaba mas porque había árboles, que aunque dispersos, eran autóctonos: robles, encinas, muchas escobas y jaras en flor aún.


La carretera pegaba saltos cada dos por tres. Salto, salto, salto y curva. El autobús invadía después de pitar el arcén contrario. ¡Qué locura de alturas!.


LLegamos a La Baña. Compramos chocolate con leche en una tienda que vendía de todo y también era bar. Con lo famosos que eran Los Lagos de La Baña pensamos que estaría marcado, pero tuvimos que preguntar en las pizarreras cuál era el camino. La verdad que no tuvo pérdida. Yo disfrutaba caminando al lado de un río cuyos márgenes estaban llenos de vegetación, pero de tanto en tanto el agua avanzaba sucia de grasas y polvo negruzco. La cosa cambió un poco cuando superamos las naves donde se cortaba la pizarra. 


Alcanzamos finalmente Los Lagos. Maravilla de  paisaje, restos de un glaciar donde el desborde del lago no puede superar las morrenas y sale por debajo. Abedules en un lado, anfibios y peces, alguna puñetera culebra. El espectáculo de la naturaleza se hacía, exactamente,  monúmental.


El que mas entendía, por haberse estudiado el mapa topográfico, era Magdalenas, por lo que dijo: - Hacia la derecha llegamos a Peña Trevinca.

- Pero no íbamos al Picón- dije yo.

- Picón es lo que tienes debajo del pantalón todos los días Frank- me espetó Motadelo.

- Pero si por ahí sólo hay un cuestón de la leche, no hay camino, sólo hay maleza y ni siquiera se ve la parte de arriba de la montaña.- Objeté.

- Bueno, si quieres subir un pico, esto va así.- me dijo Nel- Además, sí hay Picón, está a la izquierda, pero desde aquí se llega mal. Este Lago desborda por debajo, no puede superar las morrenas, podemos llegar al otro lado sin mojarnos.





 

domingo, 3 de mayo de 2020

"Bongiorno"


- Boongiorno

Giuliano entró en la sucursal, como viene siendo habitual, lo hace cada tres meses. Los intereses de las propiedades vendidas en Italia, todo lo que pudo amasar en Venezuela, le dan una importe a plazo fijo trimestral de cien mil pesetas. Siempre cuenta la misma historia. 

Emigró a Venezuela por hambre, con su familia. Un hombre que tenía una tienda le dio   trabajo. Le prestaron una bicicleta. Una bici de las de antes, sin cambios y que pesaba media tonelada. Con ella repartía las compras a domicilio. Fue ahorrando, acumuló un dinero con el que Él y su esposa montaron una tintorería. 

El petróleo o gasoil era barato. Con ello sacaba adelante el negocio, había un generador que daba calor y hacía  funcionar las máquinas. Hasta que el petróleo subió de precio y ya no era negocio la tintorería.

La mujer lo abandonó, los hijos emigraron a otros países. La cosa ya no iba bien en Venezuela. Sin nadie, volvió a Italia. Ahí conservaba algunas tierras de cultivo ya abandonadas, herencia de sus padres. La vida se le hacía pesada y solitaria. Así que recalo en este pueblo rural en un sierra montañosa entre Zamora, Galicia, León y a tiro de piedra de Portugal. Tratando de buscar el calor de una hija. 

Aquí, la gente vive del “boom” de la construcción. Se extrae pizarra. Su hija trabaja el  banco de una pizarra, sacando láminas que luego se exportan a Europa: Francia, Alemania, Países Bajos,... La carretera, a cuyo margen están la casa alquilada en la que vive, es un bajar y subir el puerto de montaña de camiones. 

El paga la renta de la casa, pero ayer la hija lo ha sacado de esta y lo ha dejado con sus maletas en la puerta del Hotel. Giuliano hoy está triste, fatigado,....

En la sucursal hemos intentado que le envíen la pensión de Venezuela, pero Él no aporta documentos claros. El importe al cambio en pesetas tampoco sería mucho, pero siempre dice que Él encargó a un abogado de Venezuela el envío. Nunca llegó

Le doy el reintegro de los intereses y se va.  Al salir por la puerta, me fijo en su piernas torcidas, arqueadas de tanto mover las bielas de la bicicleta con la que recorría las calles de Caracas para dar de comer a su hijos. 

Ahora entra Libertad. Libertad es una mujer de sesenta y seis años. Encorvada, siempre mira al suelo. Le cuesta levantar la cabeza para decir “Bos días”. A veces habla gallego, a veces no se sabe lo que dice. Puede que sea Portugués o un mezcla de Español, Gallego, Portugués o Bable. 

-¿Es día de los haberes?.
-  Sí, Libertad.
- Vos dame la pensión.
- ¿Quiere el pico?.
- No, deja algo para la luz y los muertos.

Le entregó la cartilla de ahorro con su dinero. Me entrega una boleta:

-Chico,¿Qué dice “la maleta”?.
- Libertad, esto es es el recibo (la boleta) de los muertos. Te han cobrado treinta mil pesetas. 
- ¿Y, Cómo tanto?. Antes no pagaba tanto.
- Pues porque ya estás muy mayor y puede que te vayas cualquier día. Pero, ¿Por qué tienes cobertura internacional?. 
- No, la internacional no la quites. Esa la pago.
- Pero si nunca has salido del pueblo. 
- Me llamo Libertad porque soy “roja”. Por eso pago “la internacional”. Eso sí lo pago.

A su manera de entender, se va. Nuevamente mirando al suelo, encorvada y dejando olor a cisco. Siempre vista de negro, como el color de los tejados de cada rincón de este Valle. 


Mi mejor maestro.

  Mi mejor Maestra Una vez finalizados los estudios básicos, la EGB. Mi padre me planteó si continuar el Bachillerato en la enseñanza públic...